De Pueblos Indígenas en Brasil
Foto: Curt Nimuendaju, 1937

Apinayé

Autodenominación
Apinayé
¿Donde están? ¿Cuántos son?
TO 2699 (Siasi/Sesai, 2020)
Familia linguística
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A los Apinajé se los clasifica como Timbira Occidentales y se caracterizan por una poseer una sofisticada organización social compuesta por varios sistemas de mitades ceremoniales y de aldeas relativamente populosas. Durante la segunda mitad del siglo XX, sin embargo, sufrieron una gran reducción poblacional y una seria desestructuración social, cuando su territorio fue invadido por centenas de familias de migrantes y sus tierras fueron cortadas por la construcción de una serie de carreteras, como por ejemplo la construida entre las ciudades de Belém y Brasilia así como la carretera Transamazónica. (vea la "Historia del contacto") El trazado de esta última tuvo una gran influencia en la exclusión de una parcela de su territorio tradicional durante la demarcación oficial de su tierra, la cual ellos intentan recuperar.

Nombre

Jovem apinajé paramentado e dispondo de arco e flecha cerimoniais. Foto: Curt Nimuendaju, 1931.
Jovem apinajé paramentado e dispondo de arco e flecha cerimoniais. Foto: Curt Nimuendaju, 1931.

Apinayé o Apinajé no constituye la autodenominación del grupo, aunque en la actualidad es la manera a través de la cual ellos mismos se designan y son designados por los otros grupos Timbira y por sus vecinos regionales. En el vocabulario Timbira Oriental, el sufijo yê/jê indica colectividad.

Curt Nimuendajú  proporciona otras designaciones para este grupo, todas ellas derivadas del término hôt o hôto para los Timbira Orientales, que significa “rincón” y que se refiere al territorio tradicional de los Apinajé, localizado en el “rincón” o ángulo conformado por los ríos Araguaia y Tocantins, región conocida como el “Bico do Papapgaio” (Pico del Papagayo”).

Localización

Los Apinajé nunca dejaron de residir en la región comprendida por la confluencia de los ríos Araguaia y Tocantins, cuyo límite meridional estaba dado, hasta inicios del siglo XX, por las cuencas de los ríos Mosquito (en el límite divisor de las aguas del río Tocantins) y São Bento (en el Araguaia)

Desde el punto de vista de la conservación de los ecosistemas locales, la Tierra Indígena Apinajé está relativamente bien preservada, siendo que atravesó una rápida recuperación de la degradación sufrida y provocada por la presencia de más de 600 familias de habitantes de la región –aunque no indios- en sus tierras hasta el momento de la demarcación del área ocurrido en 1985.

La Tierra Indígena Apinajé sufre la interferencia de dos carreteras de tierra que se encuentran en obras en vista a una futura pavimentación:

  • TO 126: liga los municipios de Tocantinópolis e Itaguatins, pasando por Maurilândia, seccionando en el sentido norte-sur todo el territorio en su sector este; a lo largo de su eje se localizan las aldeas del PIN (Parque Indígena) Apinajé  (Mariazinha, Botica, Riachinho y Bonito);
  • TO 134: desde el municipio de Anjico hacia el cruce de la carretera BR 230, siguiendo hasta Tocantinópolis, constituyendo, en un trecho, el límite sur del área. Esta carretera, asfaltada recientemente, pasa a pocos kilómetros de la aldea São José. 

Hasta 1999, la carretera BR 230, más conocida como la carretera Transamazónica, atravesaba el territorio apinajé por aproximadamente 30 kilómetros y continuaba siendo el límite del territorio en el sector oeste. En junio de 1997, el Ibama (Instituto Brasileiro do Meio Ambiente e dos Recursos Naturais Renováveis-Instituto Brasileño del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables) prohibió las obras en la BR 230, en su trecho Araguatins-Estreito, exigiendo el relevamiento y la licencia ambiental para que las obras pudiesen seguir su curso. Luego de las audiencia públicas y de la paralización por parte de los Apinajé de los trabajos de pavimentación de la carretera, se produjo el cambio en el trazado oficial. Desde el trébol de Plata (trevo de Prata), como se conoce el lugar, la BR 230 continua hacia Nazaré, bajo la denominación de carretera TO 134, desde donde se extiende hacia Lagoa de São Bento.

Población

Las referencias históricas señalan el siguiente gráfico poblacional:

 

Fecha Fuente Número de indios
siglo XIX Cunha Matos 4.200
1859 Ferreira Gomes 2.000
1897 Coudreau 400
1926 Snethlage 150
1928 Nimuendajú 150

 

Estos datos muestran que, en menos de 60 años, los Apinajé sufrieron una reducción poblacional de más del 90%. A partir de mediados del siglo XX, la población se estabilizó así como se inició un rápido proceso de recuperación demográfico, con un crecimiento de un 300% en aproximadamente 30 años, según indican los siguientes datos:

 

Fecha Fuente Número de indios
1967 Matta 253
1977 Waller 364
1980 Galvão 413
1985 Funai 565
1993 CTI 780
1997 Funai 1.025
2003 Funasa 1.262
2010 Funasa 1.847

Estos datos informan un crecimiento demográfico por encima de la media para el Brasil y proyectan un aumento poblacional del orden de un 10% para cada año.

Historia del contacto

Apinajé paramentado com cocar de penas de arara. Foto: Curt Nimuendaju, 1937.
Apinajé paramentado com cocar de penas de arara. Foto: Curt Nimuendaju, 1937.

Los primeros “civilizados” en llegar al territorio ocupado por los Apinajé fueron os jesuitas quienes, entre 1633 y 1658, emprendieron cuatro expediciones por el curso superior del río Tocantins con el objetivo de “bajar” indios hacia las aldeas ubicadas en el actual estado de Pará. A medida que las rutas por los ríos Araguaia y Tocantins fueron abiertos, el contacto con los grupos indígenas que residían en esa región se volvieron más frecuentes y las referencias a los Apinajé más precisas. Las aguas de los ríos Araguaia y Tocantins vieron recorrer varias expediciones durante el primer cuarto del siglo XVIII provenientes no sólo del sur, sino también desde Maranhão y Pará, que disputaban la posesión de la rica región aurífera recientemente descubierta por los bandeirantes de São Paulo en el sur de Goiás. Hasta el final del siglo XVIII, los Apinajé mantuvieron contacto hostil con los “civilizados” en diversas oportunidades, iniciando “correrías” a través del Tocantins con el objetivo de apoderarse de herramientas.

Como consecuencia de estas correrías se fundó, en 1780, el puesto militar de Alcobaça, el que, a pesar de tener seis piezas de artillería, fue abandonado debido a las incursiones de los Apinajé. En 1791 se fundó otro puesto militar en el río Arapary. En 1797 se fundó el puesto de São João das Duas Barras, actual São João do Araguaia. Ese hecho marcó el ingreso de los Apinajé en el sentido de mantener contacto permanente con la sociedad nacional.

Sin embargo, las relaciones entre la guarnición del puesto y los indios continuaban siendo conflictivas, En 1810 fue fundada, por un comerciante, la localidad de São Pedro de Alcântara. Estableciendo relaciones amistosas con sus vecinos Krahô, los Apinajé los utilizaron para atacar a otros pueblos indígenas. En 1826, se fundó en el mismo territorio entonces ocupado por los Apinajé el primer poblado, San Antônio, ubicado inmediatamente después de la catarata Três Barras. Los Apinajé detentaban entonces cinco aldeas. En 1816 este caserío fue incorporado al área de São Pedro de Alcântara, que contenía entonces a la ciudad de Carolina, en el margen del río Tocantins situado del lado de Maranhão.

En 1824, el poblado de Carolina contaba con una población de 81 “blancos” y cerca de 120 a 150 Apinajé. En ese mismo año, Cunha Mattos localizó a los Apinajé en cuatro aldeas con una población aproximada de 4.200 indios. En 1831 sería fundada Boa Vista, la que posteriormente se rebautizaría como la actual Tocantinópolis, reuniendo una pequeña población del nordeste, probablemente constituida por elementos refugiados de los frecuentes conflictos entre los jefes políticos del nordestinos.

En 1840, Frei Vito fundó una misión en una de las aldeas Apinajé, extendiendo su influencia a otras tres, alcanzando un total de cerca de tres mil indios. La tradición oral Apinajé no guarda recuerdos de esta concentración aldeana, mencionando la fundación de Boa Vista apenas a partir de la llegada de Frei Gil Vilanova, hacia fines del siglo XIX.

En 1850, navegaban por el Tocantins de manera regular 31 embarcaciones comerciales, empleando casi a 500 personas, al paso que la navegación en el Araguaia continuaba fuertemente dependiente de la ayuda del gobierno. Paro ya durante la segunda mitad del siglo XIX la población Apinajé era numéricamente expresiva, siendo revelada por los varios reportes oficiales de negocios de la Provincia de entonces. En 1851, la población de la aldea de Boa Vista se calculaba en 2.822 indios. En 1877, un nuevo informe provincial informaba una población de 1.564 Apinajé, justificando el descenso poblacional en razón de una epidemia de sarampión.

Contacto y descenso poblacional

Hacia fines del siglo XIX, la ocupación de la región de los Apinajé adquirió un carácter más sistemático, iniciando la historia de los conflictos por la posesión de tierra en el lugar. Las consecuencias de esta ocupación fueron devastadoras: al mismo tiempo en que la población “blanca” aumentaba, los indios sufrieron una drástica disminución en su contingente poblacional. En 1897, Coudreau estimó la población Apinajé en 400 personas y, en el cambio de siglo, Buscalioni, durante la expedición a Goiás, visitó a los Apinajé de la aldea S. Vicente y calculó su población en casi 150 individuos. De esta manera, los Apinajé, que hasta entonces habían sido el grupo humano más expresivo de la región conocida como “Bico do Papagaio” o “Triángulo do Tocantins”, ingresaron al nuevo siglo como una minoría inexpresiva frente a los ocupantes regionales en pleno proceso de ocupación ganadera.

Durante los primeros años del siglo XX, la región “Bico do Papagaio” fue alcanzada por el frente de extracción del babaçu (tipo de palmera Orbignya phalerata, Mart.), emprendimiento que se unió a la explotación ganadera como una de las principales actividades económicas. En esta región, a diferencia de lo que ocurría en las zonas de extracción del caucho y de la castaña, un poco más al norte, ninguna actividad económica adquirió hegemonía sobre las otras. La ganadería perdió fuerza cuando el frente de expansión del noreste atravesó el Tocantins, debido a las dificultades de transporte del ganado hacia los mercados consumidores de la región.

El babaçu, de menor precio y sin sufrir las variaciones del mercado internacional, como el caucho y la castaña, nunca llegó a involucrar al conjunto de la población del municipio. De esta manera, el doblamiento del territorio apinajé se dio de manera relativamente constante durante el siglo XIX, sin bruscos cambios económicos y sociales. Esa situación fue esencial para la supervivencia de los Apinajé, aunque con una población significativamente menor en los últimos años del siglo XIX.

Entre 1928 y 1937, Nimuendajú visitó en varias oportunidades a los Apinajé, presentando un relato bastante pesimista de la situación ganadera del entonces territorio indígena:

(...) de su antiguo territorio, difícilmente una parte siquiera de el está en posesión de la tribu, puesto que los colonos neo-brasileños se están repartiendo por todo su hábitat hereditario, aunque en forma dispersa. Hasta hace cerca de veinte años atrás, no se le ocurriría a ningún Apinajé sospechar que esto representase algún peligro para su propio futuro. Por el contrario, ellos aceptaron de buen grado, por su valor aparente, las declaraciones de amistad de los intrusos, y cuando abrieron sus ojos ya era muy tarde… todo su territorio tiene ahora señores extraños, y lo poco que quedó corre el peligro de ser apropiado algún día por algún hacendado suficientemente poderoso y sin escrúpulos.”

La posibilidad de una cierta convivencia entre los Apinajé y los habitantes de la región estaba dada por la misma forma de la ocupación del área por la sociedad nacional: una población dispersa, viviendo básicamente de la agricultura de subsistencia, la cría de animales de pequeño porte y la extracción, en pequeña escala, del babaçu. Esta población pudo mantener relaciones personalizadas con los Apinajé, como por ejemplo, relaciones de compadrazgo, común en las zonas rurales del país. Este tipo de relación nunca fue posible, por ejemplo, en las zonas de extracción de castañas y caucho, en donde la organización del trabajo en el régimen de alojamiento en barracas impidió cualquier contacto individualizado con los indios.

Este era, básicamente, la naturaleza de la ocupación del territorio Apinajé por los no indios hasta la década de 1940, excepto por el límite este (territorio del subgrupo  Krindjobrêire y actual municipio de Nazaré), ocupado por criadores de ganado. También hasta 1940 son constantes los registros de epidemias (sarampión, fiebre y varicela) que diezmaron a una gran parte de la población Apinajé.

Hacia 1944, el SPI (Serviço de Proteção aos Índios o Servicio de Protección a los Indios) instala en la aldea São José (todavía denominada Bacaba) un puesto de asistencia como una manera de mediar en estos conflictos. Sin duda, la creación del Puesto del SPI ayudó en la recuperación demográfica del grupo, ya iniciada en la década de 1930. A pesar de no conseguir evitar nuevas invasiones y de no buscar alternativas judiciales, el SPI institucionalizaría la práctica de “arrendamiento” como forma de demostrarles a los habitantes de la región que “residían en tierra ajena”. Hacia fines de la década de 1950, estos arrendamientos dejaron de ser cobrados y muchos de los antiguos detentores de la posesión terminaron “vendiendo” sus dominios.

Con la instalación del puesto del SPI, los Apinajé comenzaron a ser estimulados por los funcionarios de este servicio a participar en la recolección del coco de babaçu. A partir de los años 70’, con la presencia de la Funai (Fundação Nacional do Índio-Fundación Nacional del Indio) en el área, comenzaron a ser presionados para que produzcan babaçu en escala industrial. La Funai sustituyó la casa del SPI por otra, gerenciala de manera “empresarial”, como instancia de intermediación en el proceso de comercialización del coco recolectado por los Apinajé.

En 1976, el antropólogo Roberto da Matta señaló que los Apinajé consideraban la recolección del babaçu como un “mal necesario”: recolectar y romper el coco era para ellos una actividad marcadamente negativa si es comparada a las tradicionales actividades de la caza y de la agricultura. Primero, por ser una actividad de recolección y segundo por ser una actividad orientada hacia la venta lo que no implica las mismas obligaciones sociales que la caza y la agricultura.

Los recursos del convenio CVRD/Funai (a partir de 1982) llegó para consolidar esta forma de gestión de la Funai: en la aldea Mariazinha, los indios fueron obligados a vender su producción exclusivamente en el puesto, sin la anterior alternativa de buscar un comprador que remunerase mejor el producto, teniendo como “contrapartida” el patrocinio de la Funai de grandes campos de arroz, a través de los “proyectos de desarrollo comunitario”. Así, se fue construyendo un régimen de trabajo en el cual los indios de esa aldea o trabajaban en los “campos de cultivo del proyecto” o recolectaban y rompían cocos para su venta, ambos controlados de manera integral por la Funai. Las actividades de caza y de pesca eran sólo permitidas los domingos, los indios no poseían campos familiares y disputaban sus áreas de palmeras con los otros habitantes de la región.

Reaccionando a ese sistema, la aldea Mariazinha se segmentaría hacia inicios de 1990, dispersando a la mayoría de las familias hacia otras regiones del área indígena, donde volverían a vivir exclusivamente de los campos de cultivo de subsistencia y de la caza y recolección de frutas nativas, como ocurría en las otras aldeas.

Hacia el norte, en la aldea Cocalinho, la falta de asistencia por parte de la Funai obligó a las familias allí residentes a permitir, entre 1990 y 1994, la retirada de maderas nobles, como fava d’anta (Dimorphandra mollis Benth) y jaborandi (Pilocarpus jaborandi Holmes), por parte de terceros, mediante el pago de una cantidad que les permitiese adquirir algún bien industrializado para el Puesto Indígena. Luego de 1995, con el desalojo, realizado por la Funai, de los últimos invasores de aquella parte de la reserva, este tipo de “arrendamiento” no se continuó realizando por parte de los indios.

Si el proceso de ocupación del territorio apinajé se viene produciendo desde el fina del siglo XVIII, acentuándose hacia el inicio del siglo XX, este fue intensificado sin dudas con la implementación de los grandes proyectos de desarrollos en la región norte de Goiás, principalmente luego de la construcción de las carreteras Belém-Brasilia y Transamazónica, que atraviesan el territorio apinajé. A lo largo de esta última carretera existían hasta la demarcación del territorio indígena apinajé, en 1985, pequeños núcleos de residentes en donde antes se situaban los campamentos de las obras. Estos núcleos, que vivían de la venta de alimentos, café y aguardiente a los usuarios de la carretera, les trajeron un gran cantidad de problemas a los Apinajé, sirviendo como polo de prostitución y transmisión de enfermedades, además de haber devastado su entorno en sólo 10 años de existencia, lo que los Apinajé no hicieron en 100 años de ocupación del área.

Derecho territorial: reconocimiento incompleto

Entre 1975 y 1982 se instituyeron a través de la Funai varios Grupos de Trabajo (GT) con el objetivo de delimitar el área Apinajé, lo que se inició en 1979. El proceso de demarcación física del área tuvo que ser suspendido por imposición de los indios quienes no estaban de acuerdo con los límites que les estaban siendo impuestos en la medida que no incorporaban la faja de tierras de las riberas de los río Gameleira y Mumbuca.

A los Apinajé se les reconocieron una parte de sus tierras por parte del Estado brasileño en febrero de 1985, luego de haber interrumpido el tráfico de la Transamazónica y de haber iniciado “por cuenta propia”, y con el apoyo de los guerreros Krahô, Xerente, Xavante y algunos Kayapó, la demarcación de su territorio.

Durante ese tumultuoso proceso de delimitación del área Apinajé, el MIRAD (órgano estatal responsable por el reconocimiento de las áreas indígenas) terminaría por decretar un área de 142.000 hectáreas, alterando la propuesta elaborada por la Funai y retirando áreas importantes situadas en la ribera de los ríos Gameleira, Mumbuca y Cruz.

Cuando se produjo la lucha por la demarcación física, esta área estaba ocupada por 641 áreas invadidas, con un total aproximado de cinco mil personas. Esos ocupantes fueron indemnizados e intimados a dejar el área demarcada apenas doce años después, en abril de 1997, con recursos del Convenio CVRD/Funai. Hubo familias que no fueron indemnizadas aunque sólo las que residían en el límite norte del área, la región ribereña del río Pecobo, en donde la Funai no había realizado el relevamiento de tierra necesario para calcular las indemnizaciones.

Luego de la demarcación, todavía en 1985, la Funai envió a dos GT para redefinir los límites de la YI Apinajé, sin que, no obstante, se diese continuidad al proceso. Fue hasta el 27 de abril de 1994 que la Funai firmaría la ordenanza Nº 0429/94, creando el Grupo Técnico de Revisión del Área Indígena Apinajé (Grupo Técnico de Revisão da Área Indígena Apinajé). El GT instituido incluyó una parte de esa área reivindicada por los Apinajé, pero el proceso se encuentra a la espera de la realización del relevamiento de tierras en el área a ser agregada, como condición para su continuidad que debe ser decidida por el Ministerio de Justicia.

Organización social

Iniciação dos guerreiros novos. Moços e moças preparando as toras para a corrida. Foto: Curt Nimuendaju, 1937.
Iniciação dos guerreiros novos. Moços e moças preparando as toras para a corrida. Foto: Curt Nimuendaju, 1937.

Como las otras sociedades Jê que habitan en el sector central de Brasil, los Apinajé tienen en común una sofisticada organización social compuesta por varios sistemas de mitades ceremoniales y grupos rituales, así como aldeas relativamente populosas. Predominantemente son cazadores y recolectores practicando –en el pasado más que en la actualidad- apenas una horticultura centrada en los tubérculos.

La adaptación de estas sociedades al ambiente de los cerrados (o pastizales) alcanzó una especialización tal que impresionó a los primeros estudiosos europeos quienes, perplejos, querían saber cómo fue posible que se constituyesen sobre una base material tan pobre (esto es, sin cerámica, sin una agricultura desarrollada y sin tejidos), sociedades tan exquisitas, demográficamente importantes y, sobre todos, expansionistas. De hecho, antes del contacto con los europeos que los diezmó –iniciado hacia el final del siglo XVII- estas sociedades poseían aldeas circulares o semicirculares habitadas por dos o tres mil personas.

La región de los pastizales, con sus amplios horizontes que les facilitaban grandemente los traslados (todos los Jê son grandes corredores y caminantes) y la posibilidad de explorar, simultáneamente, las varias fisonomías vegetales que caracterizan el pastizal (bosques de galería, agrupaciones cerradas de pastos, campos, etc.) sedimentó en los Jê lo que se denomina “cultura de pastizal”. Hasta la década de 1940, los Apinajé mantenían, con rigor, sus sistema ritual absolutamente operativo –y junto con el, a toda la estructura social y cultural que los aproximaba y alejaba, al mismo tiempo, de los demás Timbira. Las fotografías de estos indios tomadas por Curt Nimuendajú, en la década de 1930, son realmente deslumbrantes: los hombres desnudos, troncos para realizar las carreras esparcidos por todos los rincones de la aldea (el marcador de la intensidad de la vida ritual), el rigor de los adornos y accesorios utilizados por los jóvenes así como por las “doncellas asociadas” en el acto de los rituales de iniciación.

El drástico despoblamiento que sufrieron, aliado a la comprometida situación impuesta por el SPI y, posteriormente, por la Funai en las actividades productivas de la recolección y la rotura de cocos interfirieron en este esquema, particularmente en el abandono del calendario ritual como norte de las actividades económicas. En la actualidad, luego de que fuera demarcada el área y de una reaproximación más intensa con los demás grupos Timbira, acentuada por la participación en la Asociación Vyty-Cati (Associação Vyty–Cati), los Apinajé han retomado con un mayor empeño algunos de sus rituales.

Perfuração do lábio em ritual de iniciação. Foto: Curt Nimuendaju, 1937.
Perfuração do lábio em ritual de iniciação. Foto: Curt Nimuendaju, 1937.

Para entender lo que constituye un “territorio” para los Timbira en general y para los Apinajé en particular, es necesario saber que una aldea Timbira se constituye a través de un “grupo local”, autónomo, esto es, que actúa políticamente y que se presenta frente a las otras aldeas como una unidad. Esta autonomía se genera en y por un proceso de escisión que lleva a que algunas familias se desligasen de la aldea madre por diversas razones (en general por acusaciones de brujería o chismes). Pero esta autonomía sólo es completa cuando el nuevo grupo está en condiciones de realizar sin el apoyo de las demás aldeas, los rituales más importantes del ciclo anual. Esta unidad del grupo local se manifiesta inclusive en la jefatura (el pa’hi posee el poder delegado de los grupos domésticos para decidir autónomamente acerca de los intereses de la aldea – krï) y en la utilización exclusiva de una parte del territorio de caza y de recolección (cuando una nueva aldea se crea, su lugar de instalación es, en general, acordado por los miembros remanecientes de la aldea original, de tal manera de no superponer sus territorios de caza, fuente constante de conflictos entre las aldeas).  De esta manera, cada aldea tiene su “jefe” (pa’hi) y posee autonomía de decisión; no existe ningún otro poder por encima de las aldeas que represente a todas las aldeas apinajé (como un consejo de jefes o algo parecido).

Perfuração da orelha em ritual de iniciação. Foto: Curt Nimuendaju, 1937.
Perfuração da orelha em ritual de iniciação. Foto: Curt Nimuendaju, 1937.

Las actividades cotidianas en las aldeas obedecen a un calendario ritual regulado por las actividades del “patio”, centro de las aldeas circulares y lugar de la escena política propiamente dicha y de los hombres. Allí, todas las mañanas y hacia el final de la tarde, los hombres se reúnen con los “gobernadores” para decidir o evaluar las actividades del día (quien va hacia el campo de cultivo, quien a cazar y así sucesivamente) o las actividades necesarias para la finalización o la continuación de un ritual en curso. Los “gobernadores” (siempre dos jóvenes) son elegidos por los más ancianos y pertenecen, necesariamente, a la mitad estacional que “domina” a la aldea: si en el “verano” (estación seca) pertenecen a la mitad Wacmejê; en el “Invierno” (estación de las lluvias), deben pertenecer a la mitad Catãmjê.

La dinámica y la trama responsable por la estructura social apinajé es sostenida por dos sistemas de intercambio vinculados: el intercambio de nombres y el intercambio de cónyuges, sistemas estos que fundan y determinan las relaciones de alianza entre los grupos domésticos y entre los segmentos residenciales de toda y cualquier aldea Timbira.

Aspectos cosmológicos

Homens sobre andas caminhando pela aldeia. Foto: Curt Nimuendaju, 1937.
Homens sobre andas caminhando pela aldeia. Foto: Curt Nimuendaju, 1937.

Como para la mayoría de los grupos indígenas del Brasil, para los Apinajé los elementos de la “naturaleza” (especialmente los animales) nunca son aprendidos como únicos y aislados, sino como partícipes de una cadena de relaciones que involucra por si misma a los humanos y a los no humanos y estos entre si. En este sentido, cazar significa interactuar con las fuerzas simbólicas de la naturaleza dado que toda caza posee una subjetividad particular (un “espíritu” que define el “carácter” de una especia animal determinada) y que ubica la relación predador/presa como una relación entre sujetos. La mitología también enfatiza la “humanidad” de los animales, dado que “antes todos los bichos hablaban”, como comentan; a los animales se los considera como a ex humanos, la concepción indígena en este punto se diferencia radicalmente de la cosmología de la denominada sociedad occidental, para la cual la condición “común” entre los humanos y los bichos es la “animalidad” (somos animales racionales).

En la concepción timbira, el espíritu de los humanos muertos (carõ) sufre una serie de metamorfosis, y utiliza los cuerpos de animales y de vegetales como avatar, en una escala regresiva (los mamíferos son superiores a los insectos; las plantas cultivadas al “palo podrido”, para finalmente transformarse en piedra, dejando de comunicarse, entonces, con los vivos). Además de revelar la jerarquía implícita del orden natural en la concepción timbira, estas metamorfosis indican que, bajo la piel de un ente natural, el carõ puede establecer contacto con los humanos, contacto siempre peligroso (puede traer enfermedad y la muerte) y que le da al sujeto contactado (si el acepta los términos “ofrecidos” por el carõ) la posibilidad de tornarse un chamán (wajaka), adquiriendo por esa vía el poder de mantener una interlocución permanente con el “otro lado” y el poder de curar.

Además de lo mencionado, el mundo natural está poblado por los “espíritus guardianes” de las especies; son agentes sin nombre (el ijãxycatê, o “dueño” del venado leñador, por ejemplo) que se manifiestan en la ropa de un espécimen individual con alguna característica que resalta (tamaño, fuerza, habilidad, etc.). Los “espíritus guardianes” se comunican con los humanos en los sueños o en los estados liminares por los que atraviesa un sujeto (enfermedades, resguardos), enviando mensajes sobre el estado de su “rebaño”. Por ejemplo, son muchas las historias en las que por matar con mucha frecuencia una caza determinada, el cazador comienza a sentirse mal, a enfermarse; en seguida aparece, frente a el, el ikraricatê diciéndole que, si se quiere recuperar, debe desde ese momento abstenerse de matar aquel determinado animal e inclusive comer su carne. De esta manera, el “espíritu guardián” regula la reserva de la especie que protege, actuando como una especie de vector para el manejo y el control de las reservas.

Actividades productivas

En los campos de cultivo de subsistencia –que pertenecen a las mujeres- se abren los bosques de galería o de pendiente más o menos distantes de las aldeas, los que se localizan siempre cerca de orillas y en lugares altos, con una buena visión preferentemente en la “meseta” (põpej) en donde predomina una fisonomía vegetal de pastizal (en un sentido estricto). Los hombres son los responsables de realizar la “broca” (devastar la vegetación arbustiva), el desmonte y la siembra de arroz; las mujeres participan de la siembra del maíz, la mandioca y los demás géneros (habas, ñame, porotos, batata, zapallo, sandía, maní, mamón y banana). En aquellos bosques, los suelos son más arcillosos y ricos en nutrientes. El término medio sembrado por cada grupo doméstico es de 1,5 hectáreas )o de 0,5 hectáreas por familia nuclear).

Los campos de cultivo apinajé no difieren de aquellos observados en otros grupos indígenas de America del Sur, y que se diferencian bastante de los de otras regiones vecinas. Mientras que los campos de cultivo de estos últimos privilegian el arroz y la mandioca, plantados en forma separada, los campos indígenas aparentan un cierto caos, presentando una aglomeración de especies. El arroz, el maíz y la mandioca se siembran en primer término, con pequeños intervalos de tiempo (noviembre a diciembre) y son intercalados a los largo de toda la extensión del campo; luego se siembran, en sectores específicos, los ñames y la batata (enero); luego se produce la recolección del maíz verde (marzo), se plantan las habas y los porotos denominados “trepa pau” (trepadoras de troncos o estacas) junto a las plantas de maíz ya abandonadas para que se sequen; en las hileras restantes de tierra se plantan los zapallos y, finalmente, se distribuyen en el área el mamón y la banana. La vida útil de un campo de cultivo está determinada por el ciclo de la mandioca (9 a 10 meses) y de la banana.

Los Apinajé recibieron como beneficio del Convenio CVRD-Funai (entre 1982 y 1985), máquinas e implementos agrícolas sofisticados. Los campos de cultivo “de la Funai” que fueron abiertos con estos equipos sirven, en el pasado más que en la actualidad, como proveedores de un “excedente” (de arroz básicamente) para el PIN. En la actualidad, en la aldea São José, aún se establecen campos de cultivo mecanizados aunque su producción –descontando el excedente para cubrir los costos- se distribuye en las familias de aldea.

La carne es indispensable en las fiestas y, hoy en día, muchas aldeas recurren a la carne de ganado –y no de la caza- para la finalización de los grandes rituales. La caza ya no es atractiva ahora como lo fuera para las antiguas generaciones, principalmente cuando esta exige un mayor esfuerzo debido a la escasez de animales. La caza está siendo sustituida por la cría de pequeños animales (cerdos y gallinas) lo que provoca constantes conflictos entre las familias porque estos animales de mantienen sueltos en el terreno de la aldea y no es extraño que “alguien” mate una pieza de un tercero.

De todos modos, las aldeas apinajé situadas en los límites sur y noroeste y ligadas al PIN São José (Patizal, Cocalinho y el mismo São José), todavía disponen de una oferta razonable de animales de caza, a pesar de la competencia de los cazadores clandestinos.

En general, la caza se practica con escopetas y, aunque con menos frecuencia, con arco y flecha. Las excursiones colectivas de caza (en la actualidad realizadas con el auxilio de perros y sin utilizar el fuego como en otras épocas) se realizan durante la estación seca, momento ideal para la realización de los grandes rituales. La técnica empleada en la caza individual varía dependiendo de la estación del año: durante el “veranos” (seca), la preferencia se inclina por la técnica de “espera” (que tomaron prestada de los habitantes blancos); en el “invierno” (lluvias), cuando las huellas son más visibles, se inclinan por la técnica de rastreo. El término que los Timbira emplean para la actividad de caza es un sinónimo de “asustar” (ajahêr), lo que refuerza la suposición de que aprendieron a cazar por espera con los otros habitantes de la región.

Para los Timbira en general, los animales de caza preponderantes son los siguientes, por orden de importancia y de apreciación gastronómica: venados (con sus diferentes tipos de denominación regional: mateiros, catingueiros y campeiros), anta o tapir, tatúes (con sus diferentes variedades regionales: peba, china, verdadeiro y rabo-de-couro; el del tipo canastra despareció), paca (Cuniculus paca), cutia o cotia (Dasyprocta aguti), oso hormiguero (el tipo mirim, dado que el tipo bandeira es cada vez más escaso), coatí, el mono capelão, quandú o puercoespín y el preá (Cavia aperea). Los cerdos (del tipo queixada y caitetu) antes abundantes en el área apinajé, principalmente en los bosques de Ribeirão Grande donde hoy se localiza la aldea do Patizal, prácticamente han desaparecido. Entre los Timbira, sólo los Apinajé consumen perezoso, el tejú o teiú (tipo de lagarto) y el sucuri o serpiente anaconda.

Como todo grupo cazador recolector, los Apinajé tienen por la actividad de la caza una verdadera pasión: se sueña en cantidad con la caza y con las excursiones de caza así como se relatan los pormenores y las aventuras ocurridas en la cotidianidad de la caza en el patio, por la noche, siendo este también el momento en donde se intercambian informaciones acerca de las técnicas, la argucia necesaria, los tipos de comportamientos e inclusive las características individuales de las presas. Los Apinajé aprecian bastante, también, la carne de pescado que todavía constituye un ítem importante como sustituto de la caza para aquellos individuos en condición de “resguardo” (personas en estados liminares y sobre restricciones alimenticias rígidas). Debido a la escasez de la caza, las aldeas situadas en el área indígena pescan casi en forma cotidiana.

Además de la pesca con anzuelo y línea, practican la “tinguizada”, pesca colectiva realizada en la estación seca en pequeños arroyos utilizando el tingui (planta tóxica que disminuye el nivel de oxígeno en el agua dejando a los peces “ebrios”).

Las actividades de recolección de los Apinajé incluyen frutas, plantas medicinales y paja para la construcción y la confección de los utensilios domésticos (cestería). De una manera general, se puede decir que la demarcación de una parte del área tradicional de los Apinajé contribuyó para disminuir la dependencia económica de la sociedad envolvente, posibilitando nuevamente la utilización casi integral de este territorio según los moldes tradicionales así como el abandono de la actividad extractiva de la palmera babaçu como el medio exclusivo de obtener el dinero para la adquisición de bienes manufacturados.

Los Apinajé, en la actualidad, mantienen una relación incipiente con el mercado regional. Otrora, durante el auge del ciclo extractivo del babaçu, esta inserción fue bastante profunda, llegando a representar, en términos de valor producido en el área indígena, aproximadamente entre 30.000 y 40.000 dólares por mes. Actualmente, la inserción de los Apinajé en el mercado se produce, básicamente, a través de la compra de bienes industrializados en el mercado local de Tocantinópolis con el dinero obtenido por los ancianos jubilados a través del INSS (Instituto Nacional do Seguro Social o Instituto Nacional del Seguro Social), por los agentes indígenas de la salud remunerados por la Funasa (Fundação Nacional de Saúde o Fundación Nacional de Salud) o por los profesores indígenas del Estado e, inclusive, a través del trabajo eventual de los jóvenes en las haciendas de la región. El coco babaçu no posee más, como en el pasado, un rol importante en la

Fuentes de Información

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