De Pueblos Indígenas en Brasil
Foto: Lucia Mindlin Loeb, 1991

Tupari

Autodenominación
¿Donde están? ¿Cuántos son?
RO 607 (Siasi/Sesai, 2014)
Familia linguística
Tupari
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Desde que tuvieron los primeros contactos, en las primeras décadas del siglo XX, los Tupari llamaron a los no indígenas, Tarüpa, "malos-espíritus", por ser los portadores de enfermedades y otras adversidades. Los Tupari comparten con otros pueblos de Rondônia un historial de contacto marcado, en un principio, por la explotación y expropiación de los siringalistas, y a partir de la década de 1980 también por los madereros y mineros. En los últimos años los Tupari vienen tratando de revertir este cuadro y luchan, con otros pueblos de la región, contra la instalación del dique del río Branco.

Localización y población

De acuerdo a los datos de la ONG Kanindé, en 2005, había 329 Tupari en la Tierra Indígena Río Branco, situada en el municipio de Costa Marques en Rondônia. Allí también viven los Makurap, Arikapu, Kanoê, Aikanã, Aruá y Djeoromitxí. El cuadro de abajo muestra la distribución demográfica de los Tupari en las aldeas de la TI Río Branco en 2005:

Aldea Hombres Mujeres Total
Serrinha 29 26 55
Trindade 23 14 37
Nazaré 11 16 27 53
Colorado 29 21 50
Encrenca 14 19 33
Cajuí 09 12 21 33
Estaleiro 0 6 6
Morro Pelado 20 25 45
Manduca 0 2 2
Castilho 0 1 1
Palhal 21 15 36 51
Bom Jesus 6 4 10
São Luis 2 4 6
Total 164 165 382

De acuerdo a la Funai (Fundación Nacional del Indio), en 2005, había 49 indios Tupari, distribuidos en siete familias en la Tierra Indígena Río Guapore, donde también viven los grupos, Wajuru, Aikanã, Aruá, Kanoê, Wari, Makurap, Mequém, Arikapu y Djeoromitxí. Esta tierra Indígena está localizada en el municipio de Guarajá Mirim en Rondônia.

Historial del contacto

Foto: Lucia Mindlin Loeb, 1991
Foto: Lucia Mindlin Loeb, 1991

Se estima que al principio del siglo XX, había aproximadamente, tres mil Tupari. El etnólogo Franz Caspar supuso que habían visto al hombre blanco por primera vez en la década de 1920. Desde entonces, tuvieron un contacto intermitente con siringueros y otros no indígenas. El primer etnólogo que los visitó fue Snethlage, en 1934, cuando sólo encontró 250 individuos. Caspar, en 1948, registró 200 y cuando volvió en 1955 (meses después de una epidemia de sarampión), sólo 66.

En 1948, cuando Caspar pasó varios meses entre los Tupari, registró el siguiente relato de Waitó, primer chamán y líder político de la aldea: 

Cuando era chico, los Tupari no sabían que al oeste vivían hombres blancos y negros. Sólo nosotros, los Tupari, vivíamos en esta región y a nuestro alrededor las tribus vecinas. Éramos todos buenos amigos. Nuestros padres sólo entablaban una lucha feroz con los salvajes Hamno. Nuestros mejores amigos eran los Makurap, que llamamos Tamo en nuestra lengua. Siempre íbamos a visitarlos, aunque el camino era muy difícil, porque en las grandes sabanas el sol nos quemaba la cabeza el día entero (…) Un día supimos a través de nuestros amigos, que habían llegado hombres raros por el río. Unos tenían la piel blanca y otros negra. No andaban desnudos como nosotros, traían pantalones y camisas. Navegaban por el río en barcos grandes que lanzaban un humo monstruoso. No cazaban con arco y flecha, pero tiraban con un tubo que hacía un sonido muy fuerte que lanzaba unos carocitos duros al cuerpo del animal. Estos hombres hablaban una lengua que nadie entendía.

Luego llegaron hasta las aldeas de los Makurap. No eran malos, al contrario, les dieron a los Makurap muchos collares, espejos, cuchillos y hachas. Después construyeron su choza, a la orilla del río, y fueron a buscar los árboles que nosotros llamábamos herub con cuyo jugo hacíamos pelotas para jugar. Los hombres blancos, no obstante, no hicieron pelotas de juguete con el jugo del herub, sino grandes pelotas que llevaban río abajo en sus barcos. Derribaron también muchos árboles y plantaron un montón de maíz, banana, mandioca, también arroz y muchas otras cosas. Empleaban a los Makurap y les daban más cuchillos y hachas, también pantalones y camisas, redes y mosqueteros. Para eso les pedían a los Makurap que los ayudaran a derribar árboles y a abrir senderos a través de la mata. Vimos las hachas y los cuchillos que los Makurap recibieron de los extranjeros. Eran más duros que los nuestros de piedra, con los que trabajábamos y no se rompían con el uso. Los cuchillos también eran mucho mejores que los nuestros de bambú y tallo de caña, con los que cortábamos la carne y las plumas de las flechas. También queríamos tener esas hachas y los cuchillos, pero teníamos miedo a los extraños. Los viejos decían que no eran gente sino Tarüpa, malos espíritus, portadores de enfermedad que mata a las personas. Así llamamos a los extranjeros, Tarüpa, y hasta ahora los llamamos así. Sabemos que no son malos espíritus, aunque nos hayan traído la enfermedad. 

Cuando por primera vez trajimos a casa la noticia de los extranjeros, las mujeres lloraron y dijeron: los Tarüpa, llegarán hasta aquí para matarnos a nosotros y a nuestros hijos también. Fuimos enseguida a buscar de nuevo a nuestros amigos Makurap. Nos mostraron más regalos de los extranjeros. Les pedimos unas hachas y ellos nos dieron algunas ya usadas que no precisaban más porque los blancos siempre les regalaban otras herramientas nuevas y buenas. 

Sin embargo, también notamos que muchos Makurap tosían y se morían. La tos la traían los barcos a motor de las aldeas de los extranjeros. Todos los Makurap tosían y muchos y muchos se morían. Los Tarüpa también fueron a visitar a los Jabuti, Wayoró, Aruá y Arikapu y los llevaron a trabajar a sus plantaciones y bosques de goma. También a ellos les regalaron cuchillos, camisas y pantalones. Pero también empezaron a toser, sentir dolores de cabeza y fiebre. La mayor parte murió. Sobraron pocos.

Finalmente, los extranjeros vinieron hasta aquí. Llegaron dos hombres blancos a nuestras aldeas. Se llamaban Cravo y Awitchi. Los trajo Bipey, el cacique de los Makurap. Muchos Arikapu les cargaban el equipaje. Todavía no habíamos visto un Tarüpa y nos asustamos mucho. Agarramos nuestros arcos y flechas y las mujeres huyeron con los niños al bosque, o se escondieron en la chozas llorando y gritando.

Pero, Bipey nos dijo que los blanco querían ser nuestros amigos y nos habían traído muchos regalos. Los Tarüpa distribuyeron entre nosotros, sal, azúcar y muchas otras cosas y Bipey nos dijo que deberíamos ir a trabajar con ellos al barracón1. Así recibiríamos hachas y machetes. No pude ir con ellos, porque un jacarecito me había mordido el brazo – ve aquí todavía tengo la cicatriz. Pero muchos fueron con los Tarüpa para derribar la mata. Estábamos trabajando desde hacia algunos días, cuando un árbol cayó sobre un blanco joven y lo mató. Los Tupari se quedaron con miedo y huyeron. Muchos trajeron hachas a casa. Fueron las primeras hachas buenas que tuvimos.

Cuando Cravo estuvo entre nosotros, tosía mucho y le salía una mucosidad por la nariz. Nuestros hombres, mujeres y niños empezaron también a toser y la mucosidad les corría por la nariz, tenían dolor de cabeza y en el pecho. Muchos Tupari murieron, también muchos capitanes y chamanes. Por eso nos quedamos con miedo y no queríamos más ir a trabajar con los blancos. Pero queríamos tener más hachas y cuchillos.

Cuando ya me había casado y mi hija Maéroka ya estaba en el mundo, apareció aquí otro Tarüpa, el Toto Alemán (El Dr. Alemán era el Dr. E. Heinrich Snethlage). Vino con muchos hombres Jabuti, Wayoró y Arikapu y con ellos tres Tarüpa más. Uno de ellos era negro y se llamaba Nicolau. El Toto Alemán trajo muchos regalos; cuchillos, hachas, peines, collares, ropa y otras cosas más. Era un hombre muy bueno, muy grandote, más grandote que tú y que todos los de aquí. El negro Nicaolau reía y bailaba mucho con nuestras mujeres y nos dio cuentas de vidrio. Pero el Toto Alemán estaba enfermo. Tosía mucho. Nuestras mujeres volvieron a toser y muchas murieron. Cuando partió, lo acompañamos hasta la cabaña de los blancos. Trabajamos allá y recibimos más hachas, cuchillos y también pantalones y camisas.

Un tiempo después, volvimos otra vez a los blancos. Regino siempre nos daba de todo lo que precisáramos. Era muy bueno. Rivoredo también es bueno. Cuando mi hermano se agarró la tos en São Luis y murió, me dio un terciado.

Una de las veces que fuimos a trabajar con los blancos a São Luis, llevamos con nosotros algunas mujeres. No había nadie allá que nos hiciera la chicha (bebida fermentada). Dos de ellas murieron de tos. Ahora las mujeres no querían ir más a lo de los Tarüpa. Una vez Rivoredo nos llevó en un barco a motor de São Luis, hasta el río grande. Ahí vimos un barco a vapor lleno de Tarüpa que nos miraban mucho y querían comprar nuestros arcos y flechas. Construimos un gran barracón y volvimos a São Luis. Muchos tuvieron dolor de cabeza a causa del motor. El motor nos deja enfermos y trae la tos.

Ya fui cinco veces a lo de los Tarüpa para que me regalaran un hacha o un cuchillo. Una vez, Regino vino hasta acá y nos llevó a trabajar. El negro Pedro también vino con Severino, cuando ya vivíamos aquí mismo. Se quedaron tres días aquí. No eran buenos. Nos llevaron a trabajar a São Luis y nos dijeron que nos darían hachas y cuchillos, camisas y pantalones. Pero fue todo mentira. Trabajamos pero no nos dieron ni cuchillos ni hachas. Llegaron muchos Tarüpa más para recoger la goma.

En la última estación de lluvia vinieron Tiboro, su mujer María y Rosa y Ricardo (el periodista de Buenos Aires y sus compañeros). Cantaban, bailaban y bebían también mucha chicha y no tosían. Estaba bien. Tiboro y María se llevaron muchos arcos, flechas, hamacas y muchas cosas y no nos dieron ni hachas ni cuchillos, Eso no estuvo bien.

Ahora vino usted. Usted no tose. Está bien. Trabaja y caza muchos monos y no es malo. Va a quedarse aquí y no se va a ir nunca más. Ahora somos pocos Tupari. Tenemos solamente dos chozas, la mía y la de Kuarumé. Pero trabajamos mucho y tenemos mucho maíz, maní, ñame, cara para nosotros, nuestras mujeres e hijos. Y tomamos mucha chicha y cantamos y bailamos. Eso es bueno. Aquí, donde vivimos ahora, no muere más mucha gente. Los Tarüpa dicen que debemos ir a vivir a São Luis. Pero eso no es bueno para nosotros. Queremos quedarnos aquí. Es bueno vivir en estas chozas grandes. Allá con los Tarüpa hay mucha enfermedad y los siringueros persiguen a todas las mujeres. La vida allá no es buena. Queremos ir a São Luis sólo cuando queramos hachas y cuchillos. Entonces trabajamos para los Tarüpa y volvemos, otra vez, a nuestras aldeas. Así está bien" (1948: 146-9).

Como apunta el testimonio, en esta época la presencia de los siringueros, patrones de la goma y otros blancos ya era incisiva. Traía enfermedades a la aldea y relaciones de canje asimétricas. Se nota también el papel desempeñado por los Makurap, como los primeros y principales interlocutores de los blancos. Caspar comenta que el Makurap se torna una especie de lengua franca en la región, dominada por la mayoría de otros grupos indígenas. El etnólogo destaca también, que el contacto de los Tupari con los no indígenas también era bastante intermitente. Realizaban visitas a los barracones, ofrecían trabajo a cambio de hachas, terciados, ropa, sal y tabaco y después se quedaban dos o tres años sin aparecer. São Luis, el cauchal más cercano a la aldea Tupari, quedaba a ocho o nueve días de caminata.

Es posible que el primer cauchal que se instaló en la región haya sido en río Branco, próximo al Guaporé, en 1910. En 1912, un alemán abrió otro cauchal en el río Colorado. En 1927, la empresa estadounidense Guaporé Rubber Company abrió otro cauchal en Paulo Saldanha. Alrededor de 1934, se instaló con la colaboración de ex funcionarios del SPI, otro cauchal en São Luís (que en 1980 se convirtió en la sede del Puesto Indígena Río Branco, con la llegada de la Funai (Fundación Nacional del Indio) al área (Leonel, 1984).

Algunos siringueros de la región le comentaron a Caspar la desaparición de grupos por enfermedades trasmitidas por los blancos – “no soportan el catarro” – o por guerras (y canibalismo) que involucraban a los Tupari. Sin embargo, había en estos grupos también un intenso intercambio cultural, que involucraba casamientos y fiestas de chicha. Antes de llegar a la aldea Tupari, por ejemplo, Caspar participó de una fiesta invitado por un Aruá (identificado en ese entonces como el último superviviente de su aldea), de la cual participaron indios Jabuti, Makurap y Tupari.

Durante su estadía, el principal enemigo de los Tupari eran los Hamno, a los cuales se referían como feroces cazadores de cabezas. Pero el etnólogo no vio ningún miembro de este grupo y esa generación de Tupai, por lo que parece, tampoco los había visto efectivamente (:148).

Los Tupari y los organismos indigenistas oficiales

Cuando Franz Caspar volvió a Brasil y visitó al grupo, 1955, los encontró reducidos a sólo 66 personas, a causa de una epidemia de sarampión que había asolado a la aldea el año anterior. El organismo indigenista oficial (Servicio de Protección a los Indios SPI) los había sacado de sus aldeas para hacerlos trabajar en el cauchal São Luis, donde se enfermaron. El etnólogo estima que más de 400 indios de diversos grupos habían muerto en la sede del cauchal.

El SPI ya no se encontraba presente en la región desde el principio de la década de 1939, cuando el organismo transfirió aproximadamente la mitad del contingente de esos grupos a una colonia de trabajo más cercana a Guajará Mirim, y más tarde al Puesto Indígena Ricardo Franco (Caspar, 1955: 152).

Fue sólo en 1980 que la Funai (organismo indigenista que sustituyó al SPI a partir de 1967) instaló un Puesto Indígena en la región del río Branco y que los derechos territoriales de los Tupari y de los otros pueblos vecinos comenzaron a ser reconocidos por el Estado brasileño. En esa época, los indios supervivientes de las grandes epidemias ya estaban más resistentes a las enfermedades que traían los inmigrantes. Pero el indigenista Mauro Leonel, que visitó el área en 1984, señaló decenas de casos de gripe con complicaciones y tuberculosis. La malaria, casi inexistente, se tornó endémica a partir de 1983. En febrero de 1984, había más de 15 casos sólo en la aldea de São Luis, y no había asistencia médica en el local (el ayudante de enfermería estaba de licencia y no había substitución).

Las relaciones con los caucheros estaban marcadas por el sistema de endeude, en el que los indios se convertían en eternos devedores, vendían su fuerza de trabajo a cambio de mercaderías sobrevaluadas en los llamados “barracones”. A inicios de la década de 1980, la Funai publicó un informe de identificación de lo que vendría a ser la Tierra Indígena Río Branco, en el que se apuntaba la existencia de 86 indígenas semiesclavizados por un cauchero. Más al sur, en el área que posteriormente se convertiría en la Reserva Biológica de Guaporé, más de 68 indios también trabajaban en régimen de semiesclavitud para un estanciero. En el sistema de endeude, sólo 33 indios, niños, enfermos y ancianos no sirvieron a uno de estos dos señores.

En 1983, la Tierra Indígena Río Branco fue finalmente demarcada, Sin embargo, en ese momento, quedaron fuera del perímetro de 240 mil hectáreas, siete aldeas. Al norte, cuatro aldeas próximas a la antigua sede de los cauchales, habitadas en su mayoría por los Makurap, quedaron fuera de la delimitación, para que el Incra (Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria) las donara a 10 mil familias, del proyecto de colonización del Río Branco. Otras tres aldeas quedaron fuera del área demarcada, los habitantes, en su mayoría Tupari, vivían en un área próxima a la Reserva Biológica de Guaporé.

Además de la incongruencia sobre la extensión de la tierra demarcada, un siringalista invasor siguió explotando el trabajo de los indígenas, que ya estaban en propia tierra. Como señala el informe de Mauro Leonel en 1984, las condiciones de atención en el Puesto Indígena Río Branco eran pésimas y los indios tenían que hacerse cargo de los viajes con los enfermos, el transporte de las mercaderías y el traslado de los funcionarios del PI, que estaban financiados por la cantina de la comunidad. Esta cantina, se había creado en 1980, con el apoyo de la Funai, para hacer frente al barracón del siringalista invasor, hasta entonces el único proveedor de mercaderías a los grupos de la región.

Para que la cantina funcionara, los indios destinaban para su manutención el 30% de la venta de la goma y el 100% de la castaña. Quien la administraba era el administrador del PI. Sin embargo, como no había infraestructura en el puesto, el dueño del barracón podía llevar los productos hasta las colocaciones donde trabajaban las familias. Aunque cobraba más por las mercaderías, para muchos indígenas, era más fácil que ir a la cantina (Leonel, 1984:204).

Fue sólo en 1987, incluso después de décadas de contacto, que algunos Tupari conocieron una ciudad. Hasta entonces, sólo conocían la selva y los cauchales. Pero a partir de 1988, sus tierras empezaron a ser sistemáticamente invadidas por madereras y fueron presionados por algunos grupos económicos locales para que negociaran la madera y admitieran la minería (Mindlin, 1993: 17).

Actividades productivas

La agricultura es la principal actividad productiva de los Tupari. Tradicionalmente, de acuerdo a lo que cuenta Franz Caspar, el trabajo en las plantaciones se realiza con la división de los papeles. A los hombres les cabe quemar y limpiar el terreno, así como preparar los hoyos en los que las mujeres, enseguida, depositan las semillas y posteriormente realizan la cosecha y llevan los productos a la aldea en bolsas cerradas con fibras de palmera. En la época de Caspar se cultivaban principalmente, maíz, yuca, cara, maní, caña, banana, frijoles y varias otras especies de tubérculos.

Foto: Lucia Mindlin Loeb, 1991
Foto: Lucia Mindlin Loeb, 1991

Actualmente, las aldeas Tupari están compuestas por casas, en su mayoría de paja con paredes de barro o palmera. En 1948, la aldea que visitó Caspar estaba compuesta por dos malocas y las dos plantaciones mayores eran las de los jefes de esas casas comunitarias. Todos trabajaban en esas plantaciones pero estaba acordado que cada hombre tuviera la suya, con las cosas que más le apetecían a su familia. Muchos indios tenían hasta más caña de azúcar que el propio jefe, especialmente porque sus mujeres la apreciaban mucho. Para las mujeres también plantaban algodón y urucú. Los Tupari son también grandes apreciadores de maní, que preparan cocido o asado.

El tamaño de las plantaciones de los jefes permitía que éstos invitaran a todos los habitantes a las fiestas, que eran abundantes y solían durar tres días enteros. En las palabras de Caspar: “Tener un campo con inmensas plantaciones de maíz, ñame, taro de brasil (Xanthosoma violaceum), maní, y principalmente, yuca, asimismo, poder durante todo el año invitar a su gente y a los vecinos a las fiestas y ser considerado por todos un perfecto anfitrión, era el mayor empeño del jefe y en esto radicaba la demostración de su autoridad. Para tanto, el cacique estaba obligado a trabajar mucho más que sus subordinados. Tenía que ser el primero a empezar y el último a volver a casa. Sólo así su gente lo respetaba y estaba dispuesto a colaborar en el trabajo. (…) De la misma forma, que cada uno tenía que ayudar al tuxaua (jefe) en la derribada, este también tenía que auxiliar a cada uno. La cantidad de colaboradores y el sudor despendido en la derribada eran el medidor seguro de su influencia en la tribu” (:129-30).

Foto: Lucia Mindlin Loeb, 1991
Foto: Lucia Mindlin Loeb, 1991

No sólo la plantación, la caza, la pesca y la colecta eran actividades que movilizaban buena parte del cotidiano en las aldeas Tupari. En la década de 1940, también había épocas en las que, en pequeños grupos, casi todos los Tupari, solían dejar la maloca con sus arcos y flechas a la izquierda y en la espalda una pequeña hamaca de viaje y espigas de maíz. Podían quedarse cazando o pescando de cinco a diez días. Muchos llevaban a sus mujeres e hijos (Caspar,1948:191). La carne de mono era muy apreciada. También cazaban paca, jutia, mutum (ave de tipo gallináceo), lagarto, tatú entre otros.

Mientras los hombres estaban ausentes en la cazada, a veces las mujeres, hacían excursiones de un día a la selva, en grandes y pequeños grupos. A la nochecita volvían con lo que habían encontrado, como pequeños peces, cangrejos y otros crustáceos, larvas (que apreciaban mezcladas con miel) grillos, escarabajos y lagartas de muchas especies. Estos productos se colocaban en guisados sobre las brasas, con maní y raíces para consumir.

En las escenas cotidianas que describe el etnólogo, las mujeres están en las malocas, ocupándose de la cocina, deshilando o hilando el algodón, o haciendo un poco de chicha para el consumo diario, o buscando piojos unas en las otras, o pintando el rostro y cortando el cabello. De vez en cuando, una mujer expulsaba a las gallinas y patos que trataban robar un bocado de las ollas y asadores, o agarraba a algún niño asustado que gateaba cerca de alguna hoguera y que se podría quemar con las brasas (:131).

Foto: Lucia Mindlin Loeb, 1991
Foto: Lucia Mindlin Loeb, 1991

Pero, entre todas las actividades cotidianas de los Tupari, el etnólogo destaca de eran grandes consumidores de chicha fabricada por las mujeres y consumida en mayor cantidad durante las fiestas. “La yuca en las plantaciones y el maíz en los depósitos de los Tupari parecían inagotables. Era una fiesta tras otra” (:172). En el caso de la chicha de mandioca, ese tubérculo se pela, corta e hierve, resulta en una pasta que se mastica y escupe en las ollas. Después se machaca en el mortero, se cuela y se revuelve. Se deja en reposo por algunos días para la fermentación. Para hacer la chicha de maíz, las mujeres traen del depósito gran cantidad de espigas, lavan las jarras con agua que traen del arroyo y llenan grandes ollas con los granos del maíz y agua. Echan los granos de maíz cocinado en el mortero de madera, donde se convierte en una papa. El proceso de fermentación es semejante al de la mandioca.

El extractivismo y los barracones

En la década de 1980, años después del testimonio de Caspar, el indigenista Mauro Leonel, describió la organización económica de los Tupari, como una mezcla de su forma tradicional con la extracción de la goma, la colecta y el pelado de la castaña, para la venta o canje en el mercado. En esa época, operaba el régimen de barracón, en que los indios vendían su trabajo o los productos de la selva por las mercaderías que venían de la ciudad y se ofrecían en los barracones de los cauchales y en la cantina del Puesto Indígena.

Según Leonel, con la llegada de la Funai, en 1980, los indios empezaron a disponer de algún dinero, aproximadamente U$ 50 a 100 por año para cada jefe de familia. El sistema de cantina o de barracón abastecía lo básico: aceite, fósforos, kerosene, machetes, azúcar, sal, herramientas, pilas, jabón, munición, entre otras mercancías.

En junio, los indios empezaban a preparar las colocaciones, arreglar los tapiris (chozas donde se alojaban los siringueros) y hacer los cortes en los caminos (regiones de extracción de siringa). En septiembre hacían una pausa para la quema de los terrenos de sus plantaciones y la coivara1, se seguía la siembra de la mandioca. En octubre se plantaba arroz y maíz. En noviembre se volvía a los cauchales para el corte, prensa y el llamado “fabrico”, que preparaba la goma para venta. Diciembre y enero se dedicaban a la recolección y pelado de la castaña. Febrero y marzo eran para la cosecha de las plantaciones, en particular de maíz y arroz y a la siembra del frijol. Abril era la época de la limpieza por adentro, en particular la “broca” (corte de los matorrales) del terreno y la deforestación seguida de la derribada, en mayo (Leonel, 1984).

Las plantaciones familiares tradicionales, tenían un promedio de 1/2 a 1 hectárea. Generalmente se plantaba yuca, tres variedades de maíz, banana, arroz, cara, maní, tabaco, y batata. Cuando Leonel estuvo en la región, en 1984, había siete plantaciones al norte de la sede del Puesto Indígena (São Luis) y 21 al sur. Ocho núcleos familiares disponían de precarias casas de harina.

Todas las actividades son permeadas, siempre que es posible, por la caza y la pesca. El timbó es una práctica constante de todos los grupos, pero viene enfrentando dificultades en la pesca debido a la construcción de PCHs (Pequeñas Centrales Hidroeléctricas: ver el ítem Algunos desafíos contemporáneos) La caza es muy escasa, pero se encuentran chanchos salvajes, tatú, paca, tatú carreta (Priodontes maximus), venado, agutí (dasyprocta punctata), anta, coatí, monos y tortugas jabotí. Cazan también aves y aprecian la miel, frutas y maní.

La artesanía como mercadería era muy rara en la década de 1980, pero hoy en día constituye una de las principales fuentes de renta para los Tupari. Suelen canjear o vender el famoso cesto de tucum (fibras de palmera). Con este material también hacen pulseras y aros de conchas del río. Asimismo, arcos, flechas y bordunas (arma cilíndrica y alargada hecha de madera dura como un bastón con la punta afilada)

Modo de vida

La regla de residencia tradicional entre los Tupari es uxorilocal, lo que quiere decir que el novio va a vivir con su suegro y precisa trabajar para él. Pero si el novio es una persona mayor, especialmente un líder, se lleva a la joven con él.

Con relación a los ornamentos, los hombres Tupari usaban una hoja amarilla que les cubría el pene. La nariz estaba agujereada, así como los labios y lóbulos de las orejas. A través del orificio del septo nasal tenían un canudo grueso como un lápiz, o un bastoncito de colores que casi les tapaba las narinas, dejándoselas más abiertas. Se clavaban en los labios pedacitos de madera finos, o entonces dos espinas de puercoespín. En las orejas pendientes de pedacitos de nácar y cuentas de vidrio.

Asimismo, vestían collares, brazaletes y cintas de algodón en los pulsos y en las piernas. Algunos usaban un cinturón de pequeñas cuentas negras. Todos, tenían el cuerpo pintado, de arriba abajo, con lunares y rayas negras ondulados. Algunos tenían también el rostro pintado. El pelo lacio estaba dividido al medio y a algunos les llegaba casi al hombro. Se afeitaban las cejas, barba y todos los pelos del cuerpo.

Foto: Lucia Mindlin Loeb, 1991
Foto: Lucia Mindlin Loeb, 1991

Caspar relata que las casas comunitarias eran circulares y abovedadas. La aldea estaba constituida por dos habitaciones comunitarias. En la casa principal Caspar estimó que vivían alrededor de cien personas, aproximadamente 30 familias. Y en la casa menor alrededor de diez familias. El centro no estaba habitado por ninguna persona. Había un gran círculo de jarras de chicha que estaba separado por un corredor ancho. Desde ese corredor salían pequeños pasadizos que llevaban a las hamacas (:86).

Entre las dos casas había una pequeña plaza, con gallineros y unos ranchos depósitos. En la plaza, los hombres solían sentarse en banquitos hechos en madera.

Cosmología

Antiguamente, la tierra no estaba poblada y en el cielo no había ningún Kiad-pod [chamán primitivo]. Había solamente un gran bloque de piedra, lindo, liso y brillante. Este bloque era, no obstante, una mujer. Un día se abrió al medio y, entre chorros de sangre, dio a luz a un hombre. Era Waledjád. Una vez más se abrió el bloque y nació otro hombre. Se llamó Wab. Ambos eran chamanes. No tenían mujer, por eso cada cual fabricó para si mismo un hacha de piedra y derribaron dos árboles. Después mataron un agutí, le arrancaron los colmillos de adelante y, con eso esculpieron una compañera para cada uno de ellos. 

De este modo, nacieron también los otros chamanes primitivos, los Wamoa-pod, unos de la tierra, otros de las aguas. Waledjád era muy malo. Se enojaba constantemente y cada vez que se enojaba, llovía mucho. Así se inundó toda la tierra y murieron ahogados muchos Wamoa-pod. Los supervivientes no sabían como verse libre de Waledjád. Uno de los chamanes primitivos, Arkoanyó, se escondió arriba de un árbol y desde allí, le chorreó cera de abeja liquida a Waledjád, que pasaba por abajo. La cera se le pegó a los ojos, narinas y dedos. Así, no podría más causar ningún daño. Querían llevarlo lejos y muchos pájaros trataron de levantarlo por el aire, pero eran todos muy pequeños. Finalmente, apareció un pájaro grande que era lo suficientemente fuerte para levantarlo y llevarlo lejos. Agarró al Waledjád y junto con él voló muy lejos, hacia el norte. Allá el pájaro lo abandonó y es donde vive hasta hoy, en una choza de piedra Cuando se enoja, llueve aquí en nuestra tierra.  

Otro chamán malo se llamaba Aunyain-á. Sus dientes eran grandes como los colmillos de un pecarí. Solía comer a los hijos de sus vecinos. Entonces, éstos, decidieron huir de este ser terrible y abandonar la tierra. Un día Aunyain-á fue a la selva a cazar mutuns. Entonces ellos subieron a una liana muy alta que colgaba del cielo hasta la tierra. En ese tiempo, el cielo no estaba tan alto como hoy, sino que estaba colgado cerca de la tierra.

Cuando Aunyain-á volvió de la cazada, no encontró más a los vecinos. Le preguntó a un papagayo adónde habían ido. El papagayo lo mandó a ir al río, pero Aunyain-á no encontró las huellas en la arena. Entonces el papagayo se rió y le dijo que todos los vecinos se habían ido al cielo. Aunyain-á se quedó muy enojado y quiso matar al papagayo, pero no acertó la flechada. Aunyain-á empezó a trepar por la liana para agarrar a los fugitivos. El papagayo voló muy rápido hacia arriba y empezó a picotear la liana que se partió. 

Aunyain-á se estrelló en la tierra y quedo despedazado. De sus brazos y piernas nacieron jacarés e iguanas; de sus dedos y articulaciones lagartos de toda especie. El resto se lo comieron los cuervos. Desde aquellos tiempos, los chamanes primitivos viven en el cielo. Son los Kiad-pod. Algunos se quedan en la tierra, pero viven lejos de aquí. Muchos de esos Kiad-pod parecen gente, pero siempre tienen sus peculiaridades. Uno habla por la nariz, el otro tiene la boca torcida y el tercero, Wamóa-togá-togá, tiene el ombligo largo como un palmo. Ninguno de ellos tiene cabello en la parte posterior de la cabeza.

En este cielo, existen también chamanes primitivos con el cuerpo de animal. Hay un mono capuchino, un mono negro, uno guaribá, y muchos otros que también son verdaderos hechiceros. Saben hablar y cantar como personas. Cuando nuestros chamanes aspiran tabaco y yopo (Anadenanthera peregrina) aquí en la maloca, entonces el polvo vuela a la nariz de los monos del cielo. Ellos estornudan y viene del cielo a la tierra, para formar parte de la ceremonia de Waito [el chamán Tupari que está haciendo el relato]. Las personas comunes no ven esos habitantes del cielo. Solamente los chamanes se comunican con ellos durante las evocaciones. Entonces los Kiad-pod entran en la maloca y el alma de nuestro chamán va al cielo y peregrina por las regiones más lejanas de la tierra. Allí reciben de los espíritus granos amarillos misteriosos, el Pagab. Con el Pagab, los chamanes pueden hechizar y matar a sus enemigos (:211-2).

Asimismo, Caspar registró el siguiente relato de Waitó sobre la aparición de la humanidad sobre la tierra:

Hace mucho tiempo, no existían ni la tierra ni Tupari ni cualquier otra persona. Nuestros antepasados vivían debajo de la tierra, donde el sol nunca aparece. Sentían mucha hambre, porque no tenían que comer a no ser frutos de palmera. Una noche, descubrieron un agujero en la tierra y salieron para afuera. La salida no quedaba lejos de la choza de los antiguos chamanes Eroté y Towapod. Allí encontraron las plantaciones de maní y maíz de los chamanes. Comieron bastante y, por la mañana desaparecieron otra vez por el agujero escondido entre las piedras. Así lo repitieron noche a noche. . Eroté y Towapod pensaron que se trataba de agutís que robaban las plantaciones, pero una mañana descubrieron señales de los hombres y encontraron el agujero por donde ellos salían afuera. Levantaron la piedra que cubría la salida y con una vara larga revolvieron adentro del agujero. Empezaron a salir montones de hombres, hasta que los chamanes taparon el agujero otra vez.  

En ese entonces, los hombres eran horrendos. Tenían colmillos largos como los chanchos salvajes y membranas entre los dedos y articulaciones como los patos. Eroté y Towapod les rompieron los colmillos y les dieron forma a las manos y a los pies. Desde entonces, los hombres no tienen más los colmillos afilados, ni membranas natatorias, sino dientes bonitos, dedos y articulaciones.

Mucha gente quedó dentro de la tierra. Se llamaban Kinno y viven allá hasta los días de hoy. Cuando toda la gente de la tierra se muera, entonces los Kinno saldrán y vendrán a vivir aquí arriba. Las personas que Eroté sacó de la tierra, no se quedaron todas viviendo en el mismo lugar. Nosotros, Tupari, no quedamos aquí, y los otros emigraron lejos, para todos lados. Son nuestros vecinos, los Arikapu, Jabuti, Makuráp, Aruá y las tribus restantes (:213-4).

El mundo de los muertos

Además de Waitó, principal chamán, un importante informante de Franz Caspar era el joven chamán Padi, que le contó a Caspar sobre los espíritus de los muertos. Le dijo que muy lejos hay “una gran agua y una gran aldea”, donde viven los Tupari muertos… los Pabid. Nadie los puede ver. Sólo los chamanes pueden visitar a los Pabid en sueños. Y en las sesiones de chamanismo traían a los Pabid a la maloca (:182).

Cuando un Tupari muere, las pupilas de los ojos le salen del cuerpo y se transforman en un Pabid. El Pabid no camina en la tierra como los hombres vivos, hace el viaje al reino de los muertos caminando sobre el dorso de dos gigantescos jacarés y dos inmensas serpientes, una macho y otra hembra. Los hombres comunes no ven a estos jacarés, sólo los chamanes los ven en sueños. A veces, las serpientes se empinan al cielo, en forma de arco, y se tornan visibles durante las lluvias. Es el arco iris. Los Pabid se encuentran también con jaguares feroces que los asustan con sus gritos. Pero ningún mal les puede hacer. Por fin, los muertos alcanzan su nuevo hogar, que se encuentra a la orilla de un gran río Mani-Mani. Al principio, nada ven, porque sus ojos aún están cerrados. En cuanto llegan, son recibidos por dos gusanos gordos y largos, uno macho y otro hembra, que les abren un agujero en el vientre y le comen todas las vísceras. Después salen. 

Entonces llega Patobkia, chamán superior y cacique de la maloca de los muertos. Pone en los ojos de los recién llegados, el zumo de una pimienta bien ardida y sólo después de esto es que los Pabid pueden ver donde están. Miran todo atónitos y sólo encuentran desconocidos. Todos tienen la barriga hueca, porque los gusanos les comieron los intestinos. Entonces Patobkia les presenta una vasija llena de chicha. El nuevo Pabid bebe y Patobkia lo conduce al interior de la aldea de los muertos. Dos chamanes viejísimos esperan al recién llegado. Cuando el Pabid es hombre, está obligado a poseer una vieja gigante Waug'e, ante los ojos de todos. Si, es una mujer la que llega, entonces será poseída por el viejo Mpokálero. Después de eso los Pabid no copulan más a la manera de los vivos, los hombres soplan un puñado de hojas y las insinúan por magia en el vientre de las mujeres. Así ellas quedan embarazadas y dan a luz a los niños.

Los Pabid viven en grandes casas redondas, pero no duermen en hamacas, sino de pie, apoyados en los postes de sustentación y se cubren los ojos con los brazos. No derriban bosques y no cultivan la tierra. Patobkia hace todo ese trabajo con gestos mágicos y con su soplido encantado. La chicha de maní, que las mujeres de los Pabid hacen, no es fermentada, así los muertos pueden beberla sin emborracharse. No obstante, cantan y bailan frecuentemente, todos adornados con vinchas. Los chamanes Tupari oyen sus canciones cuando visitan, en sueños, las aldeas de los Pabid.

Además de los Pabid, hay una segunda alma de los muertos que no va a la aldea de los Pabid, pero sube al espacio, algún tiempo después de la muerte. En las palabras de Padi:

Cuando muere una persona y las pupilas de sus ojos van para los Pabid, nosotros le enterramos el cuerpo en la choza, o donde quemamos una choza vieja. En cuanto, se entierra el cuerpo, el corazón empieza a crecer dentro del cuerpo y, después de algunos días se torna tan grande como la cabeza de un niño. En el interior del corazón aparece un entecito que va creciendo y rompe el corazón, como un pajarito rompe la cáscara de huevo. Es el Ki-apoga-pod. Pero no puede salir del piso y llora de hambre y de sed. Por eso, los parientes de los muertos van a cazar. Cuando vuelven, organizan tres sesiones de rapé con los chamanes. 

El chamán superior saca al Ki-apoga-pod del piso, lo lava y forma su rostro y sus miembros. Cuando sale de la tierra, parece una pelota de tierra sin forma. Después el hechicero le da de comer y beber y lo suelta por los aires. Los Ki-apoga-pod viven allá arriba. Cuando el muerto fue en vida un chamán, entonces su Ki-apoga-pod no va al espacio, sino que se queda en la aldea. Allí las almas de los chamanes muertos comen de la comida y beben de la chicha de los vivos. Desde las cúpulas de la aldea, encantan a los vivos durante la noche y los hacen soñar. Las almas de las mujeres de los chamanes también pairan allí" (:195-7)

Rituales

En la acepción Tupari en ese período en que Franz Caspar estuvo entre ellos, una mujer no quedaría embarazada si uno de los chamanes demiurgos, Antaba o Kolübé, aprovechándose de la oscuridad de la noche, no viniera a ella y le trajera un niño. Ese niño crece de la carne de los dos Kiad-pod y tiene más o menos, un palmo de tamaño. Los espíritus del cielo, después de desprenderse de su propio cuerpo, se aproximan a una mujer adormecida y a través de hechizos, introducen al pequeño ente en su seno. Ahí el crece y viene al mundo. 

Cuando el niño nacía, la madre le raspaba la frente con un tallo de hierba y le pintaba la cabeza con tinta de genipa. Le agujereaba los lóbulos de la oreja y por los orificios le introducía un hilo de fibra de hoja de palmera. Su rostro era adornado con trazos y puntos negros a la moda de los adultos (:188).

Cuando el niño estuviera lo suficientemente crecido para comer gusanos de palmera, los padres estaban obligados a hacer un ayuno de cinco días. Después participaban de un ritual que conducía el conjunto de los chamanes, que envolvía baños en una tina con hierbas, ruedas de rapé, consumo de monos cazados por el padre del niño, chicha y otros manjares. El punto culminante del ritual era cuando el niño comía por primera vez un gusano de palmera (:128).

Iniciación femenina

Foto: Lucia Mindlin Loeb, 1991
Foto: Lucia Mindlin Loeb, 1991

Cuando a una niña le venía la menstruación por primera vez, la madre se lo comunicaba al chamán superior. Se levantaba una choza un tabique de hojas de palmera y esteras, atrás de la cual la joven se quedaba reclusa. Durante cinco días no recibía ni agua ni alimentos, hasta que los chamanes bendijeran una jarrita de chicha no fermentada para ella. Asimismo, en los meses siguientes la chicha constituía el alimento principal de la joven. Bajo ninguna hipótesis ella podía tocar en la carne o el pescado. No podía salir del compartimiento, no podía bañarse ni lavarse. Permanecía sentada en el piso o en su pequeña hamaca, hilando algodón, para más adelante tejer una hamaca para su marido. Si ella ya tuviera marido, durante todo ese tiempo no debería ni hablar. La reclusión se suspendía solamente después de dos o tres meses. El marido de la joven y sus parientes próximos partían durante diez días a cazar. La joven, no obstante, precisaba un ayuno riguroso de cinco días más, las mujeres le pasaban tierra húmeda y podrida por la cabeza par ablandar las raíces del cabello. Cuando los cazadores regresaban, entonces los chamanes realizaban con ellos una ceremonia. Todos los participantes aspiraban polvo de tabaco y yopo y el chamán mayor le hacía conjuras a la joven. Las mujeres le arrancaban los cabellos y le pintaban el cuerpo y la cabeza desnuda con pintura roja y negra. Entonces la joven finalmente recibía de nuevo los primeros alimentos y volvía a la comunidad de la tribu. Pero solamente cuando le hubiera crecido bien el cabello, ella podría vivir en común con su marido (:200-2).

Fiestas de chicha

Hoy las fiestas tradicionales, según datos del antropólogo Samuel Cruz (de la ONG Kanindé), sólo ocurren una vez por año. Pero Caspar cita innúmeras veces en su obra, la frecuencia con la que los Tupari realizaban fiestas. Normalmente duraban tres días enteros, cuando se consumía una enorme cantidad de chicha fermentada de mandioca o de maíz.

Comían carne de caza y bebían chicha de maíz en grandes cantidades, en el medio vomitaban para poder recomenzar el consumo. En las palabras del etnólogo: “Forma parte de la fiesta: beber, vomitar, beber, vomitar hasta que el día amanezca” (:52). Producían instrumentos de tacuaras y bailaban hasta nacer el sol, como en esta descripción:

Una docena de músicos se alineaba alrededor de un palo clavado en el piso. Sostenían en la mano izquierda una tacuara y la mano derecha la apoyaban en el hombro del vecino. Los bailarines se movían en círculo, dando pasos cortos hacia el costado, al son de una melodía sencilla. No pasó mucho tiempo y otros bailarines se juntaron. Todos traían arco y flecha en la mano, o la espada [de palmera de dos filos] al hombro. Las mujeres se alinearon en la rueda exterior. Se daban las manos o se agarraban de la cintura o del hombro.

Los círculos se movían lentamente girando al ritmo de la música. Cada tanto marcaban el paso, repetían siempre el mismo ritmo unos pasitos hacia atrás y después con un grito salvaje, recomenzaban la rotación vagarosa a la derecha. En algunos momentos los músicos tocaban el suelo en otros los bailarines cantaban en coro. Un compás característico anunciaba el fin de la danza, después de un cuarto de hora, más o menos. La rueda paraba. Los indios daban un ‘huuuuuuh!’. Entonces corrían para llenar sus vasijas y se sentaban de cócoras al pie de las hogueras que brillaban por todos los rincones. Los músicos iniciaban una nueva sesión (:101).

Tanto los hombres como las mujeres bebían mucho. Eran las mujeres quienes producían la chicha. En las fiestas masculinas los hombres le servían a las mujeres pero en porciones mucho menores. En las fiestas de las mujeres ellas bebían y sólo ocasionalmente les ofrecían la bebida a los hombres. 

En cada fiesta, los Tupari se pintaban con la salvia de la genipa Las mujeres masticaban los frutos verdes y escupían el zumo en una pequeña calabaza. El jugo se pasaba por el cuerpo con un puñado de algodón que en ese momento es casi invisible. Después penetra en la piel y se queda negro azulado. Los dibujos de rayas onduladas, cruces y puntos desaparecen después de una semana (:81).

Cuando dejó la aldea, después de nueve meses de convivencia, los Tupari le pidieron a Caspar que se sacara la camisa. Entonces algunas mujeres se empezaron a refregar el cuerpo en el del etnólogo. Ese gesto lo explicó así una india: “Te cocinamos y te dimos de comer. Ahora necesitamos comer otra vez nuestro aliento que está adentro tuyo”. Después los niños hicieron lo mismo, y así lo explicaron “Jugaste con ellos y los cargaste” Por eso el etnólogo no debería partir sin retirar de adentro de los niños su soplido y hacerlo volver a él, pues más tarde podría hacerle falta (:217).

Chamanismo

Xamã tupari em uma sessão de cura. Foto: Lucia Mindlin Loeb, 1991
Xamã tupari em uma sessão de cura. Foto: Lucia Mindlin Loeb, 1991

Según el antropólogo Samuel Cruz (de la ONG Kanindé), todas las aldeas Tupari tienen un chamán que actúa haciendo uso de semillas de yopo, con propiedades alucinógenas. Las machacan hasta que se transforman en polvo, entonces se mezclan con un tipo especial de tabaco, cultivado para ese fin. Esa mezcla se aspira a través de una tacuara, que en la extremidad contiene un recipiente con el polvo y se apoya en la narina del chamán, mientras en la otra extremidad una persona sopla. Caspar presenció varias sesiones de chamanismo durante el tiempo que estuvo entre los Tupari. En una de ellas una vieja gemía de dolor. El chamán Tadjuru, de cócoras sobre los talones, le pasaba la mano por el cuerpo de la paciente, después levantaba los brazos al aire y parecía que retiraba alguna cosa de sus propios miembros para que penetrara en la mujer. Para terminar se inclinó sobre la enferma inmóvil y le succionó la nuca. Siempre de cócoras, se arrastró hasta la puerta, donde escupió el mal que había succionado del cuerpo de la vieja (:75).

Lo más común era que las sesiones de cura chamánica fuesen con succiones y escupidas del mal que acometía a los enfermos. Más de una vez, cuando un hombre estaba gravemente enfermo, Caspar tuvo la oportunidad de atestiguar una sesión diferente dirigida por Waitó. La mujer del enfermo trajo una inmensa moqueca (guiso) en el que había un mono capuchino asado.

Entonces le cortaron la cabeza al mono y el chamán se la refregó por todo el cuerpo del enfermo, conjurando, respirando y haciendo ruidos con la lengua. Después Waitó le explicó al etnólogo que la cabeza del mono tiene el poder de succionar las enfermedades del cuerpo y devorarlas (:194).

En la descripción de otra sesión chamánica, el etnólogo cuenta que se reunió en semicírculo una docena de hombres (chamanes y aprendices). Los participantes se sacaron los palitos del septo nasal y Waitó y Kuayó (primero y segundo chamán respectivamente), le soplaron en la nariz de cada uno aproximadamente veinte pitadas de rapé (como llamaban el polvo de yopo). Ellos mismos aspiraban cerca de 40 pitadas. Los cuatro chamanes presentes giraban en sus banquitos para abrir la puerta de la maloca y ejecutar una serie de conjuras. En las palabras del etnólogo: “Gesticulaban para afuera con la mano derecha, bufaban y soplaban, agarraban cosas invisibles del aire y las tiraban lejos. Emitían sonidos rarísimos; parecía que se asfixiaban. Mientras tanto, trataban de agarrar con las manos un ente misterioso que me parecía completamente invisible. Por fin, cayeron exhaustos sobre los banquitos, murmurando palabras incomprensibles” (:107).  

En estas sesiones, también era frecuente que se alimentaran a los espíritus que tenían que ver con los chamanes, principalmente monos asados y chicha de maíz. Tanto en los rituales de couvade (cuando nace un niño, como se describe en el ítem Rituales), como en los de muerte, Caspar comentaba que antes de las sesiones chamánicas era preciso cazar monos, que se ofrecían a los espíritus y después consumían los participantes del ritual.

Entre los instrumentos, el etnólogo destacó una maraca hecha de erizo redondo, del tamaño de un puño, de castaña de para. Se utilizaba para llamar a los espíritus de los muertos. Caspar presenció una sesión chamánica para que un niño que había muerto hacia días fuera al cielo. Además de las exquisiteces ya descriptas anteriormente – baño de hierbas, rapé, chicha, monos asados y otras cosas más, como maíz y maní – en este ritual se pusieron sobre una estera hojas de palmera varios adornos corporales:”plumas para las orejas, palitos para la nariz y labios, cuerdas para los brazos, pulseras, un collar de redondelitos de nácar, un peine, una pequeña pelota de colorante de urucú y una vasija con aceite” (:184).

Después de dos vueltas de rapé, invocaciones y el uso incesante de la maraca, llegaron los espíritus. Waitó se aproximó a ellos llenos de respeto. Él era el único que tenía permiso para levantarse impunemente y caminar recto por la esfera sagrada. Waitó se dio vuelta hacia uno de esos espíritus, que Caspar supuso que sería el niño que había fallecido, lo lavó con agua fresca y después lo peinó. Entonces le ofreció los adornos para la nariz y labios, después el collar, la pulsera y el brazalete, siempre uno después del otro, para que el espíritu tuviera tiempo de ponerse los adornos. Para terminar, untó al Pabid con aceite. Al final, le dio de comer a los otros Pabid. Waitó extendía con los dedos un bocado de comida y se la ofrecía a los seres invisibles con mucha paciencia. Después llenó con una cucharita minúscula una vasija de chicha y les ofreció la bebida a los huéspedes. Sólo no les sirvió los monos.

Finalmente, los espíritus se fueron. Waitó los acompañó, con los brazos erguidos, hasta la salida, entonando una canción. En cuanto desaparecieron los Pabid, los indios se pusieron a hacer movimientos rápidos para comer y tragar, agitando las manos en el aire. Le explicaron a Caspar que estaban comiendo la respiración de los Pabid. “La ceremonia terminó después de casi cinco horas. Los chamanes agotados y también los adeptos. Finalmente podían refrescarse con un baño y saciar la sed con la chicha que los esperaba en vasijas redondas repletas” (:185).

Fuentes de información

  • ALVES, Poliana M. Análise fonológica preliminar da língua tupari. Brasília : UnB, 1991. 96 p. (Dissertação de Mestrado)

 

  • CASPAR, Franz. A aculturação dos Tuparí. In: SCHADEN, Egon. Leituras de etnologia brasileira. São Paulo : Companhia Editora Nacional, 1976. p. 486-515.

 

  • --------. Die Tuparí ein indianerstamm in Westbrasilien. Berlin : Walter de Gruyter, 1975. 442 p.

 

  • --------. Tupari : unter indios im urwald brasiliens. s.l. : Friedr. Vieweg & Sohn Braunschweig, 1952. 218 p.

 

  • --------. Tupari: entre os índios, nas florestas brasileiras. São Paulo: Melhoramentos, 1953. 225p.

 

  • MINDLIN, Betty. Tuparis e Tarupás : narrativas dos índios Tuparis de Rondônia. São Paulo : Brasiliense ; Edusp ; Iamá, 1993. 123 p.

 

  • ------- e narradores indígenas. Moqueca de maridos. Mitos eróticos. Rio de Janeiro ; Rosa dos Tempos, 1997. 303 p.

 

  • PRATES, Laura dos Santos. O artesanato das tribos Pakaá Novos, Makurap e Tupari. São Paulo : USP, 1983. 149 p. (Dissertação de Mestrado)

 

  • O Tapir. Dir.: Raquel Coelho. Vídeo cor, 4 min., 1996. Prod.: School of Visual Arts; Raquel Coelho